INDICE
Introducción................................................................................................. 1
Competencia entre China y Estados Unidos.................................................. 2
Regionalización y regionalismo como elementos
explicativos del proceso
de integración económica en el este de asia................................................. 5
La relación de
estados unidos con china en la nueva era de Donald Trump.... 6
Conclusión.................................................................................................. 7
Bibliografía.................................................................................................. 8
El trabajo
que veremos a continuación se basa en la competencia entre Estados Unidos de
América y la República de China.
El fin de
la Guerra Fría y la preeminencia del capitalismo en el desarrollo económico mundial,
crearon las condiciones para la cooperación en diversos campos de las relaciones
internacionales, sustentadas sobre la base de principios, normas y procedimientos
de los regímenes internacionales, como el comercial y financiero.
Estados
Unidos, ha visto crecer la influencia y el poder de China en todos los órdenes:
económico, militar, tecnológico, etc., respetando, en lo fundamental las reglas
del juego capitalista. Como reacción al nuevo papel de China en la arena
internacional han surgido voces, tanto EE.UU. como en China que llaman tanto a
la contención como a la cooperación entre ellos, según sean los intereses y las
perspectivas políticas de quienes la externan. Los académicos de las Relaciones
Internacionales, por su parte, analizan las relaciones de las dos grandes
potencias desde las perspectivas de las principales corrientes teóricas:
realismo, liberalismo y constructivismo.
En este trabajo
se abordan estas perspectivas teóricas de manera implícita, presentando el tema
de la integración económica en el Este de Asia más bien desde el punto de vista
del nuevo regionalismo.
Hasta hace
algunos años, la integración económica del Este de Asia venía realizándose dentro
de un esquema conocido como de regionalización sin regionalismo. Esto es, que la
mayoría de los países se habían mostrado renuentes a negociar esquemas de liberalización
comercial de carácter bilateral o regional, pero ello no impedía que estrecharan
sus lazos comerciales y de integración productiva, estimulados por los altos niveles
de inversión extranjera directa.
Donald Trump ha dejado en claro que habrá
tensiones con China. Ante un posible conflicto, hay un elemento clave a tener
en cuenta: ambos países se creen únicos.
A las
frecuentes salidas en falso del presidente electo Donald Trump las han seguido
las críticas de personajes públicos y los cuestionamientos que el presidente
Obama planteó en su último discurso en referencia a Trump. Ahora se suman las
contundentes declaraciones del gobierno chino ante el secretario de Estado, Rex
Tillerson, en el sentido de que los Estados Unidos tendrían que “librar una
guerra a gran escala” en el mar de China Meridional para evitar el acceso de
Pekín a las islas.
A pesar de
su ingreso formal al sistema internacional, producido de facto con su entrada a
Naciones Unidas en 1971, y de su consolidación como potencia reemergente en el
siglo XXI, China no se desvincula del peso cultural de más de 4.000 años de
antigüedad que lleva en hombros, y esto se refleja en el manejo de sus
relaciones políticas y diplomáticas. En la relación actual de China con Estados
Unidos subyacen varios aspectos a analizar.
En medio de
las diferencias abismales entre sus sistemas políticos y económicos y en sus
raíces culturales e históricas, la excepcionalidad se erige en cada uno como
principio fundacional y determina su condición de Estado. Cada uno se considera
único: el modelo estadounidense proclama que sus principios nacionales son
universales, por lo que se convierte en adalid de los derechos humanos, la
libertad y la democracia. China se autodenomina un sistema socialista con
elementos de la economía de mercado, pero “con características chinas”. Esto
los ubica en dos esferas diametralmente opuestas del espectro político y
cultural, pero bajo la excepcionalidad como común denominador.
Ambos
países tienen enfoques contrarios sobre el orden internacional y su sistema
financiero. EE. UU. se reafirma sobre las instituciones establecidas desde
Bretton Woods que catapultaron su protagonismo como potencia. Pero el mundo del
siglo XXI ya no se está configurando con las reglas que heredó del siglo XX.
China estuvo forzada a aceptar un orden internacional contrario a la imagen
histórica de sí misma y, a diferencia del sistema internacional de orden
westfaliano que ha caracterizado al mundo contemporáneo, China está desempeñando
nuevamente un papel central en el orden internacional con la creación, el
diseño y la implementación de otras reglas que esta vez alteran el statu quo
occidental. El pensamiento chino es producto de la combinación de 68 años de
ideología comunista y 4.000 de tradición china, y ninguna le es familiar a los
EE. UU.
Personalismo
contra centralismo: con una manera muy autónoma y personal de manejar los
asuntos de su cargo, Trump se erige como una figura impredecible para Occidente
en su actuar, pero fácil de estudiar en su personalidad, lo que lo hace
finalmente predecible.
Trump se
debatirá entre si pelea o gobierna, en medio no sólo de la inconformidad de
buena parte del electorado, sino también de las hondas divisiones en el Partido
Republicano. Mientras tanto, China, ante el comportamiento errático,
incendiario y falto de diplomacia de Trump, se ve en la necesidad de
reconsiderar lo que desde la antigüedad se denominó las relaciones
sino-bárbaras dentro de su concepción de política exterior, que la han confrontado
desde siglos con poderosos oponentes.
Trump
personifica al estadounidense orgullosamente provinciano en la percepción del
mundo e incluso de su esfera inmediata. En la era de Xi, como a lo largo de
2.000 años de existencia del Estado chino, los líderes chinos vuelven a
incorporar la tradición confuciana en su formación, pero no son prisioneros de
ella.
El
creciente aumento del centralismo del Partido y el acartonamiento de los altos
líderes chinos invisibiliza las fracturas internas. Esto le da ventaja a China
desde el punto de vista de la unidad política a la hora de tomar decisiones en
materia internacional.
En la
política interna, mientras China lleva a cabo para el 2030 su plan de urbanizar
el centro y el occidente del país con 100 ciudades de 1 millón de habitantes
cada una y 200 de 500.000 habitantes, lo cual da muestra del vigor de la
economía china, los habitantes de las ciudades de EE. UU. temen que ante un
mayor proteccionismo aumente el desempleo y se encarezcan los precios, además
de que se deporte masivamente a los 12 millones de indocumentados.
Proteccionismo
contra apertura: con las medidas proteccionistas que ha anunciado, Trump
encarna la defensa de lo nacional a ultranza, aun a expensas de las grandes
minorías étnicas que pueblan Estados Unidos: afros, latinos y asiáticos. Xi,
por su parte, ha dado continuidad a la política China Go Global. En ese
contexto, el cierre de fronteras por parte de Trump frente a México, y por
extensión a Latinoamérica, le está significando a China una jugada maestra: en
términos estratégicos, una gran oportunidad política y económica. No es
casualidad que a los pocos días del triunfo de Trump, China presentara su
segundo “Libro Blanco” para América Latina. Como en el antiguo juego del wei
qi, o go, cada espacio que el contrincante deja libre o simplemente no ocupa,
China lo sabe llenar, ganando así terreno hasta rodear al oponente.
EE. UU. con
Trump a la cabeza busca mantener su posición como la gran potencia mundial y
defender un orden mundial unipolar, mientras China esgrime la existencia de uno
multipolar, en el que las potencias son aliados y rivales al mismo tiempo. En
ese contexto, la cuenca del Pacífico se constituye en el escenario de mayor
imprevisibilidad y volatilidad. En el mar de China Meridional, Estados Unidos y
China se disputan la hegemonía del Pacífico.
El Pacífico
y los 65 países comprendidos en la nueva Ruta de la Seda son los escenarios
donde se observará de manera más evidente el movimiento estratégico de ambos.
Mientras Trump arremete contra la OTAN y la Unión Europea, la iniciativa china
de la nueva ruta representa el objetivo central de generar una alianza
indiscutible, no sólo con países asiáticos y africanos en el caso de la ruta
marítima, sino con Europa, sin descuidar a Latinoamérica, a la que ofrece
alianzas, obras de infraestructura y acuerdos comerciales.
Finalmente,
subsiste una clara distinción de fondo en la manera como cada potencia se
concibe a sí misma: una potencia que se mide más por lo que tiene en términos
de recursos físicos y tangibles, y una que no.
Teóricamente la integración regional puede
darse bajo un hegemón poderoso, con un liderazgo ampliamente aceptado por los
estados más débiles, o como en el caso del consorcio germano-francés, bajo un
liderazgo bipolar. Después de siglos de una sangrienta rivalidad, Francia y
Alemania encontraron la fórmula de una integración regional pacífica,
incluyente y de estímulo al desarrollo de las regiones más atrasadas, para dar
concreción a la exitosa experiencia de la integración europea, ahora conocida como
de ‘Viejo” regionalismo, que mantiene hasta la fecha un vigor envidiable. La Unión
Europea ha agregado a los esquemas de desarrollo regional, requisitos de avance
democrático, como condición para aceptar nuevos miembros de la región y para
firmar tratados con países de fuera de Europa. La política de negociar TPCI con
países de menor nivel de desarrollo corresponde a la tipología del “nuevo”
regionalismo.
La integración económica regional se da de
varias formas y en diferentes grados, y en general está dirigida a incrementar
las relaciones trasfronterizas y profundizar la interpenetración de las
actividades económicas para un mutuo beneficio de las economías dentro de una
región. Es frecuente encontrar la distinción entre una política de integración
inducida, la cual se conoce como regionalismo y que involucra acuerdos de
cooperación económica formal, y la integración propiciada por el mercado,
conocida como regionalización, la cual es alentada por la dinámica del
crecimiento regional, la emergencia de redes de producción internacional y los
flujos de inversión extranjera directa (IED).
La victoria de Donald Trump en el proceso
electoral del 8 de noviembre de 2016 tuvo un enorme impacto en el debate en
torno al futuro de la relación de Estados Unidos con China. Como se mencionó anteriormente,
Trump se ha referido a China en diversas ocasiones como “el enemigo” de Estados
Unidos, criticándolo por llevar a cabo ciertas prácticas que desde su punto de vista son incorrectas y han ido
en detrimento de los intereses de su país y consecuentemente, afectan de manera
negativa a la economía y al liderazgo estadounidense.
Como parte de su estrategia, específicamente en
su contrato con los votantes para los que serían los primeros 100 días de su administración,
Trump estableció algunas medidas que buscarían cambiar las bases del
intercambio económico entre ambos países.
Dentro de estas se encuentran las siguientes a
saber: clasificar a China como manipulador de moneda e identificar todos los
abusos comerciales extranjeros que injustamente impacten en el empleo estadounidense.
En esa tónica, el porcentaje de impuestos a China que ofreció Trump en su campaña
-45%- ha sido calificada como la base de la denominada “Doctrina Comercial
Trump” y de acuerdo a la nueva administración, servirá para proteger los
empleos de la competencia extranjera calificada como desleal. Indudablemente,
Trump ha pensado en recurrir a estas medidas, o al menos, al anuncio de su
eventual implementación, como una potencial herramienta para conseguir mayores
concesiones de Beijing en un futuro cercano.
Así lo percibe Willbur Ross, nominado para
convertirse en Secretario de Comercio, pues considera que “los aranceles son
parte de la negociación”. En términos generales, Ross cree que la relación
económica con China necesita ser restructurada por completo, ya que “existe un
serió desequilibrio comercial [...] Estados Unidos tiene aranceles muy bajos y
China unos muy elevados”, aseguró durante su audiencia de confirmación ante el
Senado estadounidense. Por eso, de acuerdo con Ross, “China es el país más
proteccionista de los países de mayor tamaño”.
Como hemos podido observar, Estados Unidos
percibe a China como un importante rival en Asia, aunque todavía no a nivel
mundial. Eso ha obligado a la administración de Obama a buscar, por una parte
la contención de China, y por la otra la cooperación en asuntos económicos y estratégico-militares,
con el objetivo de encontrar esquemas de convivencia en un contexto de paz.
La administración de Obama ha planteado que
Estados Unidos ha regresado a Asia para quedarse; aunque, como afirmó Lee Hsien
Loong, Primer Ministro de Singapur, “China siempre ha estado aquí”.
La lucha de poder entre China y Estados Unidos
está influyendo en los derroteros del proceso de integración en el Este de
Asia. Hasta ahora China se ha negado a participar en el TPP y apoya
denodadamente el esquema de integración regional que toma como centro a ASEAN.
Una posible negociación y acuerdo de cooperación global entre las dos grandes
potencias mundiales, que incluya al Este de Asia, reajustaría las relaciones de
producción y de comerciales en el contexto de un APEC ampliado, con importantes
implicaciones para América Latina
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http://www.revibecs.es/wr-resource/ent8/1/07%20COMPETENCIA%20CHINA%20EEUU.pdf.
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http://centrogilbertobosques.senado.gob.mx/docs/080217_EEUU_China_Trump.pdf.
·
http://www.politicaexterior.com/articulos/politica-exterior/libros-estados-unidos-y-china-liderazgo-y-coexistencia/
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