miércoles, 1 de noviembre de 2017

COMPETENCIA ENTRE CHINA Y ESTADOS UNIDOS



INDICE


Introducción................................................................................................. 1
Competencia entre China y Estados Unidos.................................................. 2
Regionalización y regionalismo como elementos explicativos del proceso
de integración económica en el este de asia................................................. 5
La relación de estados unidos con china en la nueva era de Donald Trump.... 6
Conclusión.................................................................................................. 7
Bibliografía.................................................................................................. 8

 
El trabajo que veremos a continuación se basa en la competencia entre Estados Unidos de América y la República de China.
El fin de la Guerra Fría y la preeminencia del capitalismo en el desarrollo económico mundial, crearon las condiciones para la cooperación en diversos campos de las relaciones internacionales, sustentadas sobre la base de principios, normas y procedimientos de los regímenes internacionales, como el comercial y financiero.
Estados Unidos, ha visto crecer la influencia y el poder de China en todos los órdenes: económico, militar, tecnológico, etc., respetando, en lo fundamental las reglas del juego capitalista. Como reacción al nuevo papel de China en la arena internacional han surgido voces, tanto EE.UU. como en China que llaman tanto a la contención como a la cooperación entre ellos, según sean los intereses y las perspectivas políticas de quienes la externan. Los académicos de las Relaciones Internacionales, por su parte, analizan las relaciones de las dos grandes potencias desde las perspectivas de las principales corrientes teóricas: realismo, liberalismo y constructivismo.
En este trabajo se abordan estas perspectivas teóricas de manera implícita, presentando el tema de la integración económica en el Este de Asia más bien desde el punto de vista del nuevo regionalismo.
Hasta hace algunos años, la integración económica del Este de Asia venía realizándose dentro de un esquema conocido como de regionalización sin regionalismo. Esto es, que la mayoría de los países se habían mostrado renuentes a negociar esquemas de liberalización comercial de carácter bilateral o regional, pero ello no impedía que estrecharan sus lazos comerciales y de integración productiva, estimulados por los altos niveles de inversión extranjera directa.


Donald Trump ha dejado en claro que habrá tensiones con China. Ante un posible conflicto, hay un elemento clave a tener en cuenta: ambos países se creen únicos.
A las frecuentes salidas en falso del presidente electo Donald Trump las han seguido las críticas de personajes públicos y los cuestionamientos que el presidente Obama planteó en su último discurso en referencia a Trump. Ahora se suman las contundentes declaraciones del gobierno chino ante el secretario de Estado, Rex Tillerson, en el sentido de que los Estados Unidos tendrían que “librar una guerra a gran escala” en el mar de China Meridional para evitar el acceso de Pekín a las islas.
A pesar de su ingreso formal al sistema internacional, producido de facto con su entrada a Naciones Unidas en 1971, y de su consolidación como potencia reemergente en el siglo XXI, China no se desvincula del peso cultural de más de 4.000 años de antigüedad que lleva en hombros, y esto se refleja en el manejo de sus relaciones políticas y diplomáticas. En la relación actual de China con Estados Unidos subyacen varios aspectos a analizar.
En medio de las diferencias abismales entre sus sistemas políticos y económicos y en sus raíces culturales e históricas, la excepcionalidad se erige en cada uno como principio fundacional y determina su condición de Estado. Cada uno se considera único: el modelo estadounidense proclama que sus principios nacionales son universales, por lo que se convierte en adalid de los derechos humanos, la libertad y la democracia. China se autodenomina un sistema socialista con elementos de la economía de mercado, pero “con características chinas”. Esto los ubica en dos esferas diametralmente opuestas del espectro político y cultural, pero bajo la excepcionalidad como común denominador.
Ambos países tienen enfoques contrarios sobre el orden internacional y su sistema financiero. EE. UU. se reafirma sobre las instituciones establecidas desde Bretton Woods que catapultaron su protagonismo como potencia. Pero el mundo del siglo XXI ya no se está configurando con las reglas que heredó del siglo XX. China estuvo forzada a aceptar un orden internacional contrario a la imagen histórica de sí misma y, a diferencia del sistema internacional de orden westfaliano que ha caracterizado al mundo contemporáneo, China está desempeñando nuevamente un papel central en el orden internacional con la creación, el diseño y la implementación de otras reglas que esta vez alteran el statu quo occidental. El pensamiento chino es producto de la combinación de 68 años de ideología comunista y 4.000 de tradición china, y ninguna le es familiar a los EE. UU.
Personalismo contra centralismo: con una manera muy autónoma y personal de manejar los asuntos de su cargo, Trump se erige como una figura impredecible para Occidente en su actuar, pero fácil de estudiar en su personalidad, lo que lo hace finalmente predecible.
Trump se debatirá entre si pelea o gobierna, en medio no sólo de la inconformidad de buena parte del electorado, sino también de las hondas divisiones en el Partido Republicano. Mientras tanto, China, ante el comportamiento errático, incendiario y falto de diplomacia de Trump, se ve en la necesidad de reconsiderar lo que desde la antigüedad se denominó las relaciones sino-bárbaras dentro de su concepción de política exterior, que la han confrontado desde siglos con poderosos oponentes.
Trump personifica al estadounidense orgullosamente provinciano en la percepción del mundo e incluso de su esfera inmediata. En la era de Xi, como a lo largo de 2.000 años de existencia del Estado chino, los líderes chinos vuelven a incorporar la tradición confuciana en su formación, pero no son prisioneros de ella.
El creciente aumento del centralismo del Partido y el acartonamiento de los altos líderes chinos invisibiliza las fracturas internas. Esto le da ventaja a China desde el punto de vista de la unidad política a la hora de tomar decisiones en materia internacional.
En la política interna, mientras China lleva a cabo para el 2030 su plan de urbanizar el centro y el occidente del país con 100 ciudades de 1 millón de habitantes cada una y 200 de 500.000 habitantes, lo cual da muestra del vigor de la economía china, los habitantes de las ciudades de EE. UU. temen que ante un mayor proteccionismo aumente el desempleo y se encarezcan los precios, además de que se deporte masivamente a los 12 millones de indocumentados.
Proteccionismo contra apertura: con las medidas proteccionistas que ha anunciado, Trump encarna la defensa de lo nacional a ultranza, aun a expensas de las grandes minorías étnicas que pueblan Estados Unidos: afros, latinos y asiáticos. Xi, por su parte, ha dado continuidad a la política China Go Global. En ese contexto, el cierre de fronteras por parte de Trump frente a México, y por extensión a Latinoamérica, le está significando a China una jugada maestra: en términos estratégicos, una gran oportunidad política y económica. No es casualidad que a los pocos días del triunfo de Trump, China presentara su segundo “Libro Blanco” para América Latina. Como en el antiguo juego del wei qi, o go, cada espacio que el contrincante deja libre o simplemente no ocupa, China lo sabe llenar, ganando así terreno hasta rodear al oponente.
EE. UU. con Trump a la cabeza busca mantener su posición como la gran potencia mundial y defender un orden mundial unipolar, mientras China esgrime la existencia de uno multipolar, en el que las potencias son aliados y rivales al mismo tiempo. En ese contexto, la cuenca del Pacífico se constituye en el escenario de mayor imprevisibilidad y volatilidad. En el mar de China Meridional, Estados Unidos y China se disputan la hegemonía del Pacífico.
El Pacífico y los 65 países comprendidos en la nueva Ruta de la Seda son los escenarios donde se observará de manera más evidente el movimiento estratégico de ambos. Mientras Trump arremete contra la OTAN y la Unión Europea, la iniciativa china de la nueva ruta representa el objetivo central de generar una alianza indiscutible, no sólo con países asiáticos y africanos en el caso de la ruta marítima, sino con Europa, sin descuidar a Latinoamérica, a la que ofrece alianzas, obras de infraestructura y acuerdos comerciales.
Finalmente, subsiste una clara distinción de fondo en la manera como cada potencia se concibe a sí misma: una potencia que se mide más por lo que tiene en términos de recursos físicos y tangibles, y una que no.
Teóricamente la integración regional puede darse bajo un hegemón poderoso, con un liderazgo ampliamente aceptado por los estados más débiles, o como en el caso del consorcio germano-francés, bajo un liderazgo bipolar. Después de siglos de una sangrienta rivalidad, Francia y Alemania encontraron la fórmula de una integración regional pacífica, incluyente y de estímulo al desarrollo de las regiones más atrasadas, para dar concreción a la exitosa experiencia de la integración europea, ahora conocida como de ‘Viejo” regionalismo, que mantiene hasta la fecha un vigor envidiable. La Unión Europea ha agregado a los esquemas de desarrollo regional, requisitos de avance democrático, como condición para aceptar nuevos miembros de la región y para firmar tratados con países de fuera de Europa. La política de negociar TPCI con países de menor nivel de desarrollo corresponde a la tipología del “nuevo” regionalismo.
La integración económica regional se da de varias formas y en diferentes grados, y en general está dirigida a incrementar las relaciones trasfronterizas y profundizar la interpenetración de las actividades económicas para un mutuo beneficio de las economías dentro de una región. Es frecuente encontrar la distinción entre una política de integración inducida, la cual se conoce como regionalismo y que involucra acuerdos de cooperación económica formal, y la integración propiciada por el mercado, conocida como regionalización, la cual es alentada por la dinámica del crecimiento regional, la emergencia de redes de producción internacional y los flujos de inversión extranjera directa (IED).
La victoria de Donald Trump en el proceso electoral del 8 de noviembre de 2016 tuvo un enorme impacto en el debate en torno al futuro de la relación de Estados Unidos con China. Como se mencionó anteriormente, Trump se ha referido a China en diversas ocasiones como “el enemigo” de Estados Unidos, criticándolo por llevar a cabo ciertas prácticas que desde su punto de  vista  son incorrectas y  han  ido  en  detrimento  de  los  intereses  de  su  país y consecuentemente, afectan de manera negativa a la economía y al liderazgo estadounidense.
Como parte de su estrategia, específicamente en su contrato con los votantes para los que serían los primeros 100 días de su administración, Trump estableció algunas medidas que buscarían cambiar las bases del intercambio económico entre ambos países.
Dentro de estas se encuentran las siguientes a saber: clasificar a China como manipulador de moneda e identificar todos los abusos comerciales extranjeros que injustamente impacten en el empleo estadounidense. En esa tónica, el porcentaje de impuestos a China que ofreció Trump en su campaña -45%- ha sido calificada como la base de la denominada “Doctrina Comercial Trump” y de acuerdo a la nueva administración, servirá para proteger los empleos de la competencia extranjera calificada como desleal. Indudablemente, Trump ha pensado en recurrir a estas medidas, o al menos, al anuncio de su eventual implementación, como una potencial herramienta para conseguir mayores concesiones de Beijing en un futuro cercano.
Así lo percibe Willbur Ross, nominado para convertirse en Secretario de Comercio, pues considera que “los aranceles son parte de la negociación”. En términos generales, Ross cree que la relación económica con China necesita ser restructurada por completo, ya que “existe un serió desequilibrio comercial [...] Estados Unidos tiene aranceles muy bajos y China unos muy elevados”, aseguró durante su audiencia de confirmación ante el Senado estadounidense. Por eso, de acuerdo con Ross, “China es el país más proteccionista de los países de mayor tamaño”.

Como hemos podido observar, Estados Unidos percibe a China como un importante rival en Asia, aunque todavía no a nivel mundial. Eso ha obligado a la administración de Obama a buscar, por una parte la contención de China, y por la otra la cooperación en asuntos económicos y estratégico-militares, con el objetivo de encontrar esquemas de convivencia en un contexto de paz.
La administración de Obama ha planteado que Estados Unidos ha regresado a Asia para quedarse; aunque, como afirmó Lee Hsien Loong, Primer Ministro de Singapur, “China siempre ha estado aquí”.
La lucha de poder entre China y Estados Unidos está influyendo en los derroteros del proceso de integración en el Este de Asia. Hasta ahora China se ha negado a participar en el TPP y apoya denodadamente el esquema de integración regional que toma como centro a ASEAN. Una posible negociación y acuerdo de cooperación global entre las dos grandes potencias mundiales, que incluya al Este de Asia, reajustaría las relaciones de producción y de comerciales en el contexto de un APEC ampliado, con importantes implicaciones para América Latina
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·         http://www.revibecs.es/wr-resource/ent8/1/07%20COMPETENCIA%20CHINA%20EEUU.pdf.
·         http://centrogilbertobosques.senado.gob.mx/docs/080217_EEUU_China_Trump.pdf.
·         http://www.politicaexterior.com/articulos/politica-exterior/libros-estados-unidos-y-china-liderazgo-y-coexistencia/

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